Ayer domingo, a las nueve de la mañana, se celebró una misa en latín. Para mi sorpresa, fue celebrada por el cardenal Keeler, arzobispo de Baltimore. Al inicio de la ceremonia, se dirigió a los fieles (los pocos que estábamos) para explicar el porqué de la celebración en latín. El motivo era bien simple: reunirnos en la Sta. Misa para adorar a Dios en armonía con los que nos han precedido durante veinte siglos y con el resto de católicos en todo el mundo.
El rito no era diferente de otras veces. Solo cambiaba la lengua y a pesar de que, como no suele ser habitual en estos casos, muy pocos la conocían no daba la impresión de que la gente se estuviera enterando ni participando menos, ni viviéndola con menos devoción, sino todo lo contrario.
En cualquier caso, no deja de ser significante que un príncipe de la Iglesia se preste a oficiar la misa en latín del día siendo esta a una hora tan intempestiva y tan poco concurrida.
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