Los vandeanos, mis queridos nietos, no eran cobardes y cierto es que dieron pruebas de ello, por lo que no hay que atribuir a miedo de exponer sus vidas en los combates el odio que mostraron al decreto de la Convención.Cuando comprendieron que no se trataba solamente de doblar la cerviz a un yugo maldito, sino que debían además dar su sangre por un régimen execrable y por leyes sacrílegas y para sostener a los perseguidores de sus sacerdotes y a los asesinos de su Rey, un prolongado grito de cólera se dilató por todo el país, y en todas partes empuñaron las armas en defensa del altar y de los hogares.
Una Familia de Bandidos en 1793, de Juan Charruau.
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